por Pep
Despacio,
despacio me matas mientras buscas los lugares precisos del momento. De frente,
de frente te tengo y es entonces cuando nada importa y poco nos inquieta lo que
pase alrededor nuestro.
Tu
mano extendida, como quien presenta una invitación cortésmente, extendida
buscando la mía, y una vez que se encuentran tu boca ya está cerca, cerca de la
tuya, cerca de sentir tu respiración, cerca de sentir tus besos, cerca de
probar tu boca, tu lengua, tus besos; esos besos que te delatan, que me
incitan, que me llenan y me dejan con ganas de más, siempre más.
Y
es entonces cuando nos quitamos la ropa, y mis manos ya no tiemblan y tus manos
ya no temen. Me pegas a ti y puedo sentir lo excitado que te encuentras, y
sientes en mi pecho las ganas que provocas. Y queda el cuerpo expuesto a la
vista, la ropa en el piso, en el tocador, en la silla, en el sillón… Hemos dejado
en el piso el camino recorrido para llegar hasta tenernos de frente y desnudos.
No hay frío ni calor, sólo estamos los dos, solos también; hasta las sombras se
han ido.
Y
pudo ser un evento programado, pero nunca seguimos los pasos ni las órdenes,
así de testarudos somos, así de bien nos entendemos. De pie y de frente, ya sin
ropa, mi mano se encuentra con tu sexo y entonces juego: juego con tus ganas
juego con tus deseos, juego con lo que te hace vulnerable y te gusta… Tú, tú
buscas los rincones en donde tus dedos puedan entrar. Quieres hacerme blanco
fácil de tus impulsos de tenerme así de cerca, así de natural, y los hallas, y
los metes y me tienes, literal, en tus manos, pero yo busco tenerte en algo
más, en mi boca, por ejemplo.
Y
sigue la lucha de tus demonios complacidos por los míos, y los besos no paran,
no queremos que acaben; y tus manos en mi cuello, en la espalda, en el pecho,
en las nalgas, tus manos recorren mi cuerpo y quieren más, y yo también.
Entonces decides que es el momento en el que tus manos sitúen mi cabeza a la
altura de la situación. Bajo poco a poco mientras un camino de besos te recorre
el pecho hasta llegar debajo de tu ombligo; “una cuarta más
abajo del ombligo”, diría el buen Armando Palomas. Y qué razón tiene, pues es
justo “una cuarta más abajo del ombligo” en donde encuentro lo que tanto te
gusta y lo que disfruto.
Y sientes cómo siento lo que entra y sale de mi boca, lo
que te gusta sentir, lo que te gusta que haga, y es lo que más disfruto, pues
si tú eres el que más siente y disfruta, yo me entretengo con el placer que me
da el dar placer con la boca, con la lengua, con nuestras ganas.
Y disfrutas y disfruto, de eso se trata, de amarnos y
amarnos, con una m al principio; de disfrutar el cuerpo que desnudo aprecias y
aprietas, de que no tengamos pudor, de que las normas de lo social no nos
impidan llegar al momento especial de tal evento. Me detienes, nos recostamos
un poco y seguimos con la boca, la lengua y tu excitación. Es indescriptible lo
que siento cada que te contraes al meterlo en mi boca, es incomparable lo que
veo cuando levanto la cara, es magnífico lo que tus ojos dicen que estás
sintiendo.
Y viene el momento en el que empieza la función, se abre
el telón y con él mis piernas; me coloco de una manera que ambos disfrutemos,
pero yo controlo, y te gusta lo que ves, y te gusta lo que hago, pero más
disfrutas lo que grito.
Seguimos así hasta que llega el momento de desconectarse,
ese momento en el que tu sonrisa confirma lo que siento al tenerte dentro, ese
orgasmo impredecible, incluso hasta tierno; y es justo esa ternura la que nos
demuestra que hay algo, algo que no se explica, que no se cuestiona, pero que
nos hace sentir y pensar, esa ternura de mi edad y esa galantería de la tuya,
pero al final no importan las edades, ni los orígenes, importa el tenerte así,
el que me tengas ahí, arriba, moviéndome, gritando, sintiendo y, ¿por qué no?,
queriendo siempre más.
Entonces el momento de que termines se hace presente. De
espaldas a ti ya estoy, empiezas a moverte de manera precisa, y el momento se
acerca y lo siento en tus manos, en tus movimientos, en tu respiración, y es lo
que me gusta, que sepamos lo que ambos queremos, incluso cuando no lo digamos.
Es parte de lo que implica ser el complemento perfecto, y
me atrevo a decir “complemento perfecto” porque no tenemos términos ni
condiciones, no hay contratos; lo único que nos tiene ahí es el sentirnos bien,
acompañarnos cuando las cosas están difíciles, “querernos” con nuestros tiempos
y espacios, con nuestras platicas e incluso con nuestros líos amorosos.
Y llegas y (te) viniste, y me siento bien, porque podrás
tener todo y podrán darte mil cosas más, pero esos momentos nadie los iguala,
nadie no los quita, nadie los reemplaza. Entonces ya recostados y más relajados
hablamos, nos miramos, no decimos nada, sólo risas, las manos inquietas aún, y
hablamos, como si nada, como amigos, como si nadie nos esperara.
Y es el momento en que ves de pies a cabeza (literal) mi
cuerpo bocabajo, dices que soy pequeña, yo creo que eres más alto de lo que
crees. El tema es cualquier niñería que se nos ocurra: hablamos como dos amigos
que se encuentran en la calle, que se saludan con un beso en la mejilla, por
decir mucho, que se sonríen y que en los ojos se delata el trato.
Llega el momento de salir, de vestirnos, de dejar esos
momentos para un café, para una llamada, para un mensaje. Te levantas, me
obligas a hacerlo, levanto el camino de ropa que hemos dejado en el cuarto; las
piezas de un rompecabezas empiezan a acomodarse, pero siempre faltan dos, las
dos piezas para que el cuadro quede completo, formado por todo lo que nos hace,
lo que nos tiene y lo que nos completa.
Pero deberán esperar esas piezas, no tenemos prisa ni
términos que cumplir, así de libres, así de locos, así de bien estamos.
Salimos juntos. En la calle nos despedimos como dos
amigos que se encontraron, la despedida viene acompañada de un beso en la
mejilla y una sonrisa indiscreta. No hablaremos en días, semanas quizá, pero es
lo perfecto de una amistad a la que a veces le sobra la ropa y le faltan
tiempos, es lo inusual de un rompecabezas al que siempre le faltan las mismas
dos piezas.
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